Introducción
En su extensión, el impacto del racismo reverbera en múltiples dimensiones, moldeando las trayectorias de vida de aquellos que lo experimentan. En el ámbito social, se manifiesta en la marginalización y segregación, creando barreras que dificultan la plena participación en la sociedad. Económicamente, el racismo limita el acceso a empleos, vivienda y educación de calidad, perpetuando desigualdades persistentes. En un nivel emocional, las consecuencias pueden traducirse en baja autoestima, depresión y traumas psicológicos, impactando la salud mental de manera duradera. La discriminación racial también socava la confianza en las instituciones y en las relaciones interpersonales, generando un clima de tensión y división. Las manifestaciones visibles de esta realidad se observan en disparidades en la atención médica, la aplicación de la ley y la representación en los medios de comunicación, perpetuando estereotipos dañinos. Abordar el racismo implica no solo la implementación de políticas equitativas, sino también un cambio cultural que promueva la empatía, la comprensión y el respeto mutuo. Es esencial reconocer la riqueza que aporta la diversidad, promoviendo entornos donde todas las personas puedan alcanzar su máximo potencial, contribuyendo así a la creación de sociedades más justas y armoniosas.